lunes, 20 de febrero de 2017

La inocencia perdida.


Hace dos años, un diecinueve de agosto, en una soleada tarde de verano, quién me diría que mi vida cambiaría para siempre, quién me diría que de un momento para otro una de las personas más importantes de mi vida se iría para no volver nunca más. Esa persona era una alguien muy especial, una persona a la que quería muchísimo, con la que había compartido momentos increíbles e inolvidables y a la que siempre llevaría dentro de mi corazón y mis recuerdos por muy lejos que estuviera: mi abuela.
Tengo que confesar que su inesperada partida me dolió muchísimo, pero después le agradecí a Dios y a la vida por habérsela llevado ya que tan solo dos meses después murió mi abuelo y sé que si a ella le hubiese tocado vivir lo que mi familia y yo vivimos hasta el día de su muerte no lo habría soportado pues para ella su marido lo era todo, era su vida, sus pies y sus manos.

De un día para otro tuve que dejar de ser una niña inocente y convertirme en una adolescente fuerte que no sólo tenía que seguir adelante de su vida y disfrutar de ella tal y como sus abuelos hubiesen querido sino que también tenía que apoyar y ayudar a su madre en todo lo que ella necesitase.

Ahora me doy cuenta que fue ahí donde perdí mi inocencia. Me di cuenta que la vida no era ideal y muchos menos perfecta, que no era de color de rosa, que sin avisar daba un giro y que todo lo que te daba te lo quitaba de un solo golpe y que cambiaba para siempre y que ya nada volvería a ser igual que antes. Tuve que aprender a ser fuerte; a contener mis lágrimas con tal de que mi familia no me viese sufrir, a seguir a delante a pesar de los obstáculos que la vida me pusiese por delante pues tenía una vida y tenía que seguir con ella, no podía quedarme anclada recordando un pasado y unos momentos que aunque quisiese y desease con todas mis fuerzas, inevitablemente ya se había ido y no volvería nunca más.
Al perder la inocencia de esa manera pude superar la muerte de mis abuelos fácilmente y convertirme en la chica que soy ahora: madura, fuerte y con los pies en la tierra, aunque por mi aspecto y apariencia no lo parezca. Por ello creo que todos debemos de perder la inocencia, pues al perderla dejamos de ver la vida de la forma en la que la ve un niño, nos ayuda a madurar y a superar todos los obstáculos que la vida nos plantee y a levantarnos una otra veza ante los duros golpes que la vida nos da.
Pero también creo que en muchas ocasiones nos hace falta tener la inocencia de un niño para ver la vida de otra manera y poder evadirnos de una realidad que muchas veces es dura y cruel y que nos golpea una y otra vez y poder disfrutar de la vida al máximo, tal y como lo haría un niño.

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