Hace dos años, un diecinueve de
agosto, en una soleada tarde de verano, quién me diría que mi vida
cambiaría para siempre, quién me diría que de un momento para otro
una de las personas más importantes de mi vida se iría para no
volver nunca más. Esa persona era una alguien muy especial, una
persona a la que quería muchísimo, con la que había compartido
momentos increíbles e inolvidables y a la que siempre llevaría
dentro de mi corazón y mis recuerdos por muy lejos que estuviera: mi
abuela.
Tengo que confesar que su inesperada
partida me dolió muchísimo, pero después le agradecí a Dios y a
la vida por habérsela llevado ya que tan solo dos meses después
murió mi abuelo y sé que si a ella le hubiese tocado vivir lo que
mi familia y yo vivimos hasta el día de su muerte no lo habría
soportado pues para ella su marido lo era todo, era su vida, sus pies
y sus manos.
De un día para otro tuve que dejar de
ser una niña inocente y convertirme en una adolescente fuerte que no
sólo tenía que seguir adelante de su vida y disfrutar de ella tal y
como sus abuelos hubiesen querido sino que también tenía que apoyar
y ayudar a su madre en todo lo que ella necesitase.
Ahora me doy cuenta que fue ahí donde
perdí mi inocencia. Me di cuenta que la vida no era ideal y muchos
menos perfecta, que no era de color de rosa, que sin avisar daba un
giro y que todo lo que te daba te lo quitaba de un solo golpe y que
cambiaba para siempre y que ya nada volvería a ser igual que antes.
Tuve que aprender a ser fuerte; a contener mis lágrimas con tal de
que mi familia no me viese sufrir, a seguir a delante a pesar de los
obstáculos que la vida me pusiese por delante pues tenía una vida y
tenía que seguir con ella, no podía quedarme anclada recordando un
pasado y unos momentos que aunque quisiese y desease con todas mis
fuerzas, inevitablemente ya se había ido y no volvería nunca más.
Al perder la inocencia de esa manera
pude superar la muerte de mis abuelos fácilmente y convertirme en la
chica que soy ahora: madura, fuerte y con los pies en la tierra,
aunque por mi aspecto y apariencia no lo parezca. Por ello creo que
todos debemos de perder la inocencia, pues al perderla dejamos de ver
la vida de la forma en la que la ve un niño, nos ayuda a madurar y a
superar todos los obstáculos que la vida nos plantee y a levantarnos
una otra veza ante los duros golpes que la vida nos da.
Pero también creo que en muchas
ocasiones nos hace falta tener la inocencia de un niño para ver la
vida de otra manera y poder evadirnos de una realidad que muchas
veces es dura y cruel y que nos golpea una y otra vez y poder
disfrutar de la vida al máximo, tal y como lo haría un niño.
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